A 30 años de la recuperación de la democracia y parafraseando al Jorge Luis Borges poeta, puede que haya adultos, jóvenes y niños a los que se les haga cuento que un día regresaron las urnas y los votos, y que juzguen a estos tan eternos como el agua y el aire. Pero la historia narra que en 1983 los tucumanos llevaban ya una década privados del sufragio y que entonces toda la expectativa giraba alrededor del acontecimiento electoral.
Esa provincia vivía -más que nunca- con un ojo puesto en la Capital Federal, donde las Fuerzas Armadas se retiraban a los tropezones del Gobierno. La economía, para variar, amedrentaba con su dólar oficial y paralelo; la “fuga” de divisas a Uruguay; la posibilidad de una devaluación; la inflación de dos dígitos y la deuda externa fuera de control. En ese escenario de estampida, los dos candidatos presidenciales con chances de arrellanarse en el sillón de Rivadavia, Raúl Alfonsín (UCR) e Ítalo Luder (PJ), marcaban el compás a la actividad proselitista de todo el país.
El fervor electoral crecía según se aproximaba la elección del 30 de octubre de 1983. El final del mes marcaba asimismo el fin -oficial- de la dictadura cívico-militar instaurada en 1976. Entonces empezaría “una democracia con rostro humano”, como decía Alfonsín, o “un futuro sin misticismo ni personalismo”, como pronosticaba Luder.
La pregunta incontestable
Se abría otra fase institucional y, con suerte, otro horizonte. Fernando Riera (PJ), Julio César Romano Norri (UCR), Celestino Gelsi (Vanguardia Federal) y otros 12 postulantes a gobernador pretendían liderar el cambio de época en Tucumán. Ese espíritu empapaba las ediciones de LA GACETA donde, por ejemplo, el italiano Osiris Troiani, todo un maestro argentino de periodistas, comentaba “El retorno a la Constitución”, ensayo que el jurista y diplomático Bonifacio del Carril acababa de publicar. “Es bueno releer los artículos de Del Carril mientras nos preparamos a depositar nuestro voto en las más dramáticas condiciones que haya conocido la Argentina. De hecho, en ese voto -sea directo, por Luder o Alfonsín, o indirecto, por medio de electores-, cada uno de nosotros dirá cuál es la clase de país que ama, cómo entiende la convivencia entre los argentinos y, en definitiva, qué clase de hombre es”, reflexionaba Troiani.
Y “tajeaba” el papel con esta elucubración: “¿por qué vamos a creer que la habilidad necesaria para atraer votos lo capacita a uno para gobernar sensatamente? Son dos tareas muy distintas. Pero si los más grandes gobernantes han tenido que ganar elecciones, será preciso reconocer que las dos aptitudes pueden darse alguna vez en la misma persona: aún más raro es que un asaltante del poder haya sido un buen gobernante”. Troiani citaba a un Bonifacio del Carril que confesaba su escepticismo: “tenemos suficiente experiencia para saber hasta qué extremo pueden ser perjudiciales las mayorías políticas entronizadas en el poder y su irreprimible tendencia a cercenar los derechos de los demás. No creo en las varitas mágicas ni en los cambios espectaculares en la conducta de los hombres. No soy en forma alguna optimista”.
Las balas de la poesía
Mientras la campaña cobraba color y calor, Constantino “Tino” Fernández, ex integrante del grupo musical Los Parchís, firmaba autógrafos, destrozaba corazones y provocaba “efusivas reacciones” en las calles de esta ciudad. Un desfile en el entonces recién inaugurado Grand Hotel del Tucumán proclamaba la vuelta de los encajes, las puntillas y el plumetí a los vestidos de primavera-verano. Los pantalones de jean (o vaqueros) se generalizaban y universalizaban, y el corte “carré” asomaba como el último grito de la peluquería.
El ciclomotor también causaba furor. “Las damas son las más entusiasmadas con este medio de transporte liviano y barato: no es extraño ver en oficinas, universidades y comercios a modernas motociclistas con sus cascos protectores tratando de emular a los campeones, con la diferencia de que ellas son más respetuosas del tránsito que sus pares masculinos”, describe una nota publicada a comienzos de octubre del 83.
En simultáneo se reorganizaba la filial local de la Sociedad Argentina de Escritores. La comisión provisoria era integrada por Arturo Álvarez Sosa (presidente); Carola Briones (secretaria), y Alicia Gómez Omil, Ivo Marrochi y Carlos Duguech (vocales). Otra pluma nacida en estos pagos, Manuel Serrano Pérez, decía a LA GACETA: “toda mi poesía es el hombre. Él es el gran actor del hecho poético porque, al fin y al cabo, el poeta es otro hombre que posee un estigma o un error que lo distingue. Yo creo que el poeta es un hombre que, de pronto, se encuentra frente a distintos abismos interiores y exteriores, y se asoma a ellos impelido por las ansias de libertad, de justicia, de amor y de conocimiento. El poeta utiliza la palabra como un arma, como una forma de acercarse a esos precipicios para volver con las manos llenas de una realidad que descubre y quiere comunicar”.
El 4 de octubre hubo paro total de trabajadores y un temblor agitó la calma desértica de Tucumán. Aquel sosiego fue pronto alterado por la verba inflamada del bonaerense Oscar Alende, candidato a todo con el Partido Intransigente, y su condena sin atenuantes a la cúpula militar. Desde luego que había internas candentes en las manifestaciones vernáculas de los partidos justicialista y radical, y el comprovinciano Arturo Ponsati, entonces candidato a vicepresidente por la Democracia Cristiana, se pronunciaba en contra del divorcio.
Hablando de Ponsati, conviene añadir que algunos días más tarde este democristiano se trenzaría en una polémica de alcance nacional con Antonio Plaza, arzobispo de La Plata entre 1976 y 1985. “Monseñor debe renunciar como obispo si desea dedicarse a la política porque, de lo contrario, está faltando al principio largamente sustentado por la Iglesia de no inmiscuirse en asuntos políticos”, exigía Ponsati. El motivo de esa explosión había sido el apoyo explícito del sacerdote al peronista Herminio Iglesias, en ese momento candidato a gobernador de Buenos Aires y dirigente recordado por quemar un ataúd con los colores de la UCR en el cierre de la campaña de Luder.
Adiós a un soldado de la bohemia
Fue un mes copioso en materia de símbolos, actos simbólicos y sex symbols. El diario anunciaba el regreso de la vedette Moria Casán al teatro con la obra “La revista del prosexo”, de Hugo Sofovich, y que la sección provincial del Partido Comunista había dado su respaldo a Luder y Riera. ¿Quiénes sostenían esa posición? Entre otros, los comunistas Héctor Manfredo, Alberto Kumpel, Mario Koltan y Juan Carlos Casanova.
La vida se ilusionaba con una forma más plena de libertad, pero la muerte no dejaba de insistir. En ese octubre fallecieron José Madozzo, primer tucumano campeón argentino de box, y Mario Roque Rodríguez, secretario general de LA GACETA. En las exequias de este último, el periodista Julio Aldonate (luego designado en el cargo vacante) dijo que Rodríguez había sido el último periodista bohemio: “no podía conciliar el sueño sin frecuentar la madrugada. Tal vez por eso mismo nunca pudo ser un burócrata”.
Absurda e inútil
Todo el mundo tenía un deseo para el nuevo período. El actor Luis Brandoni, que había aterrizado en la provincia para representar “El viejo criado”, de Roberto “Tito” Cossa, apuntaba: “el gran desafío para la gente del teatro es encontrar una expresión válida para consolidar la democracia”.
Retrocedían los coroneles al mismo tiempo que avanzaban escritores, pensadores y artistas. Muchas cosas nacían: el Dúo Renacimiento, de “Nito” Zeitune y Luis Soria, se lanzaba al escenario, y quedaba inaugurado el Colegio de Graduados en Filosofía con la presentación del libro “Algunas claves”, de Samuel Schkolnik. Aquella institución se proponía defender el pensamiento y la opinión, y velar por el carácter académico e ideológicamente imparcial de los criterios de selección de docentes e investigadores en concursos públicos.
Muchas cosas comenzaban a ser cuestionadas. La Asociación Tucumana de Artistas Plásticos, por ejemplo, repudiaba la normativa que habilitaba a la Dirección General de Cultura a rechazar obras con el argumento de que estas eran “lesivas para la tradición cultural argentina”. En un debate entre los intelectuales María Eugenia Valentié, Julio Ardiles Gray, Celia Aiziczon de Franco y el italiano Pietro Prini, Valentié meditaba: “la coacción, gran enemiga de la libertad, puede asumir diversas formas, todas padecidas por los argentinos en los últimos años. Desde la presencia brutal de la violencia y la represión hasta expresiones más sutiles… Debemos rechazar y recordar la censura, de la que destaco dos rasgos: su absurdo e inutilidad”.
La familia se sincera
En aquel Tucumán de hace 30 años, el cantante Ramón “Palito” Ortega llamaba a votar por Riera, lo mismo que los delegados normalizadores del sindicato de vendedores ambulantes Francisco Mejía, Luis Lobo y Aldo Campos. Además, el ex Mercado del Sur se convertía lentamente en sede de la Municipalidad de la capital; el clásico entre Atlético y San Martín era suspendido por incidentes inaceptables en el estadio “decano”, y David Cristóbal Bueno, un jubilado domiciliado en el ingenio San Pablo, ganaba el Prode.
Esa sociedad predivorcio daba a luz a la Asociación de Separados Integrados, entidad que pretendía nuclear en su seno a los que habían roto un matrimonio o enviudado. La familia se sinceraba, pero Riera prometía protegerla junto con la salud, la educación obligatoria, el acceso a la vivienda y el Plan Alconafta. “Tengo mucha fe en el destino de la Argentina”, decía el candidato que finalmente se quedó con la gobernación. El padrón provincial tenía 614.213 votantes, y la comunidad se debatía entre la emoción y la incertidumbre. Volvía la democracia como este domingo vuelven las tarjetas postales de una dictadura en retirada que por momentos pareció tan eterna como el agua y el aire.